Resiliencia contra la adversidad
Las adversidades ocurren. Un coche repentinamente se desvía hacia tu carril. No encuentras las llaves ni la cartera dos minutos antes de coger el autobús para el trabajo. O incluso más compleja, la situación de cuarentena que estamos viviendo a nivel mundial debido a la extensión de contagios del virus COVID-19. Como decía la directora del Instituto de Bienestar y Resiliencia de Nueva Zelanda, Lucy Hone, en su charla TED; la adversidad no discrimina a nadie, si estas vivo vas a vivir, o has vivido, momentos duros.
Estas mini-crisis, o súper-crisis, crean un gran sobresalto en nuestro sistema nervioso: una descarga de adrenalina que ayuda a preparar nuestro cuerpo para «luchar o huir», nuestra defensa natural contra el peligro percibido. Pero si nuestro cuerpo es golpeado con adrenalina por cada pequeña cosa que sale mal en la vida, ello puede afectar a nuestra capacidad para superar obstáculos, haciendo que la recuperación de futuros contratiempos como estos sea aún más difícil.
Afortunadamente, es posible fortalecer nuestra propia inteligencia somática del cuerpo para responder rápidamente y recuperarnos de cualquier sensación de amenaza, y así potenciar la sensación de seguridad o bienestar. ¿Qué es la inteligencia somática? Es comprender cómo nuestro cuerpo, y mente, responden al peligro y usar ese conocimiento para apoyarlos a medida que avanzamos en la vida, lo cual, si eres humano, seguramente tendrá que ver con más de una adversidad.
De ahí, que nos interese tanto fortalecer los recursos que tenemos dentro de nosotros para desarrollar nuestra resiliencia. ¿Y qué es la resiliencia? Es la capacidad que todos tenemos, en mayor o menor medida, de sobreponernos a las adversidades y, además, salir reforzados de estas. Atención a esto último: “salir reforzados de las adversidades”, puesto que es una de las dos facetas importantes a tener en cuenta cuando hablamos de resiliencia. La otra es que la resiliencia es entrenable, así que vamos a ver cómo.
Para fomentar nuestra resiliencia nos podemos apoyar en el entrenamiento de nuestra inteligencia somática natural, como antes se mencionaba. En momentos de confinamiento y ansiedad anticipatoria, como el que nos encontramos, sintonizar con tu cuerpo y darle lo que necesita internamente puede hacerte más resiliente.
Es decir, necesitamos calmar nuestro sistema nervioso a través de prácticas corporales que estabilizan las percepciones y respuestas de nuestro cerebro al peligro y nos ayudan a mantener una sensación de seguridad. Una vez que dominemos algunas de estas técnicas, estamos preparados para un afrontamiento, aprendizaje y crecimiento más resilientes.
- La respiración.
Respirar es estar vivo. Cada inhalación que hacemos activa un poco la rama simpática de nuestro sistema nervioso (y se activa mucho cuando reaccionamos exageradamente a algo e hiperventilamos), mientras que cada exhalación activa un poco la rama parasimpática (y mucho cuando sentimos un gran pánico y nos desmayamos). Eso significa que nuestra respiración atraviesa ciclos naturales de activación y relajación.
Podemos usar intencionadamente este ritmo de inhalar y exhalar suavemente para regular de manera consciente la aceleración y el desaceleración de nuestro sistema nervioso. Simplemente haz una pausa por un momento y concentra tu atención en tu respiración. Observa dónde te es más fácil sentir las sensaciones de tu respiración entrando y saliendo: quizá en las fosas nasales, la garganta, en la subida y bajada del pecho o la barriga. Tómate un momento para experimentarlo.
- El tacto.
Para calmar el sistema nervioso y restaurar una sensación de seguridad y confianza en el momento, nos podemos servir del tacto. Un toque cálido y seguro en nuestro cuerpo activa la liberación de oxitocina, la hormona de la ternura y el cuidado (incluso autocuidado) que crea sensaciones agradables en el cuerpo y es el antídoto directo e inmediato del cerebro contra la hormona del estrés cortisol.
La oxitocina propicia una cascada de neuroquímicos que forman parte del sistema de interacción social cerebro-cuerpo. Debido a que estar en presencia de otras personas es imprescindible para nuestro bienestar y seguridad, la naturaleza ha proporcionado este sistema para llevarnos a buscar a otros y conectarnos. Es por eso que el tacto, junto con la proximidad física y el contacto visual, evoca una sensación visceral de tranquilidad de que «todo está bien; estás bien.» El tacto hacia nosotros mismos, nuestro cuerpo, puede ser provocado por las personas que queremos (un abrazo, caricias) o por nosotros mismos, de ahí que prácticas de autocuidado como un baño caliente, un descanso agradable, o tan simple como cuidar de nuestra piel en estos días son acciones que generarán producción de oxitocina.
- El movimiento.
Cada vez que movemos nuestro cuerpo y cambiamos la postura, cambia nuestra fisiología, que, a su vez, cambia la actividad de nuestro sistema nervioso autónomo. Por lo tanto, puedes ayudarte del movimiento para influir en tus emociones y tu estado de ánimo.
Por ejemplo, si te sientes asustado o nervioso, la investigación ha demostrado que tomar una pose que exprese lo contrario de eso: poner las manos en las caderas, el pecho hacia afuera y la cabeza en alto, te hará sentir un poco más seguro. Ejercicios de yoga u otro tipo de actividad física moderada ayuda a activar el sistema nervioso autónomo y generar sustancias fisiológicas contrarios a los estados de indefensión o pánico.
Y, es que la sensación de poder calmarte después de un contratiempo es el comienzo de que estás desarrollando una auténtica capacidad de recuperación, es decir, de resiliencia ante la vida.