Estrés Postraumático. ¿Qué tipo de situaciones pueden provocarlo?
Era un día lluvioso, y Juan, con prisas por llegar a su reunión de trabajo, iba conduciendo por la autopista a una velocidad excesiva. Todo pasó muy rápido: cuando se dio cuenta, el coche había resbalado por el asfalto, perdió el control del volante y acabó en la cuneta. Tuvo suerte. Aunque sufrió varias fracturas, todo quedó en un gran susto.
A veces nos toca vivir experiencias que nos hacen daño, que desearíamos no haber vivido y que queremos olvidar lo antes posible. Nos referimos a situaciones en las que nos sentimos física o psicológicamente amenazados o agredidos. Sufrir algún tipo de agresión física o emocional o presenciar cómo la sufre otra persona, a veces puede suponer una carga muy difícil de llevar más allá del momento en que se vive.
Solemos pensar que el tiempo, por sí solo, disuelve y resuelve los problemas. En parte, es cierto, necesitamos tiempo para desplegar la capacidad para afrontar un trauma de forma adecuada, pero esta capacidad debe existir y desarrollarse, y esto no siempre es así. No es raro que una persona, después de vivir una situación emocionalmente dura, fruto del temor, empiece a evitar todo aquello que le recuerde la situación (lugares, personas, conversaciones, incluso pensamientos e imágenes). Esta manera de actuar prolongará e intensificará el problema.
Existen algunas señales de alarma que nos pueden hacer sospechar que no vamos por el camino que lleva a solucionar el problema:
- Cuando después de unos meses de la experiencia traumática, seguimos teniendo pensamientos intrusivos e invasivos relacionados con el suceso.
- Si nos encontramos haciendo un gran esfuerzo por evitar pensar en ello (evitar hablar del tema, desviar conversaciones o evitar acudir al lugar en el que sucedió la experiencia – o evitar lugares similares en los que ocurrió la experiencia).
- Si nos sentimos irritables, algo fríos o indiferentes en nuestra relación con el entorno (nos referimos al trabajo, la familia, los amigos, etc.).
En cualquiera de estos casos, es necesario acudir al especialista; el tratamiento psicológico busca acabar con el temor a aquello que provocó el problema. Acabar con cualquier miedo implica enfrentarse a él. Enfrentarse a él supone contactar con aquello que se teme, con el fin de que el cuerpo, la mente y la emoción lleguen a habituarse a esa situación, hasta que deje de producir temor.
Podemos hacer algunas cosas para ayudarnos digerir experiencias duras:
- Apoyarnos en el propio entorno.
- Hablar del problema con las personas que nos rodean.
- Practicar actividades relajantes.
- Programar las tareas diarias incluyendo actividades que nos gusten.
- Mantener hábitos que promuevan el descanso.
- Cuidar y dejarse cuidar por las amistades.
- Pedir ayuda cuando lo necesitemos.
En estos casos, el mejor tratamiento psicológico es el cognitivo-conductual, que dota a la persona de estrategias y le ayuda a rescatar sus propios recursos para que pueda enfrentarse a la situación de una forma programada, progresiva y controlada. A la vez, se trabajan y se eliminan las falsas creencias que se han creado en torno a la situación temida y que alimentan la sensación de miedo.
Ya en las primeras fases del tratamiento psicológico, se puede notar una mejoría, la persona empieza a recuperar su normalidad y a sentirse menos limitada y atemorizada.
Finalizado el tratamiento, la persona es capaz de pensar en aquello que le causó tanto daño desde la serenidad, entendiéndolo como un capítulo más de la historia de su vida, que le ha permitido sacar a la luz los propios recursos y aprender otros nuevos, que le ayudarán a afrontar otras situaciones.